Piezas para adornar la vida

Piezas para adornar la vida

Trazar, cortar, grabar, soldar, pulir; idear, esculpir, empapelar, pintar; teñir, hilar, etc, y repetir cada vez el proceso. Es así como ocurre la magia que adorna el cuerpo, el alma y la vida. 

 

En la ciudad, detrás de puertas insospechadas, hay acorde al Instituto Nacional de Geografía y Estadística, 300 unidades artesanales; y por otro lado la Dirección de Fomento Económico en San Miguel tiene registrados 120 talleres, en los que en promedio laboran cuatro personas, preservando los moldes, las cuñas de grabado, las ideas, las herramientas para las piezas hechas a mano. 

 

Pero también, hay una ruta artesanal que se aproxima a su apertura, y es que recién inaugurada, fue detenida por el tema mundial; hoy a siete meses de distancia, están trabajando, están fuertes, están animados y están abiertos para locales y visitantes. 

 

Primero, la historia

Se podría pensar que el artesano tiene una vida ostentosa, pero no es así; quienes más se benefician con los productos son los intermediarios. Eso lo sabe bien Ubaldo Deanda, un: poeta, doctor, ingeniero, arquitecto (todo eso es un artesano, dice) quien tuvo uno de los talleres de metalistería más grandes y exitosos en San Miguel—250 empleados—vio su ascenso, luego con crisis mundiales y nacionales vino la picada, sin embargo el amor por este arte (en ocasiones poco apreciado por los locales) lo hace mantenerse en la lista de proveedores que incluso, ha adornado un árbol de navidad en el Vaticano.

 

En el taller de Ubaldo lo mismo se ve un candelero que un candelabro, estrellas, lámparas, candiles, espejos, corazones; todas piezas únicas, hechas a mano con herramientas que vienen desde 1976—cuando junto a su hermano, que estudiaba arquitectura, decidió iniciar el taller. 

 

Lo que sí, es que en San Miguel es difícil concebir la artesanía sin evocar a Fulgencio Llamas, un hombre que vendía leche, y si sus contenedores de metal tenían hoyos, debía esperar a que viniera un pregonero de CDMX para soldarlo. Pero puso atención en el trabajo, compró su herramienta en el Volcán, y el cautín vino de la gran ciudad. Sus hijos crecieron, emigraron, uno de ellos trabajó en unas fábricas de cobre, laminado y latón. Un día, llegaron al pueblo, y comenzaron a trabajar, el latón; ése habría sido el origen de los grandes candelabros, espejos, estrellas y otros productos de latón clásicos de San Miguel. La familia Llamas habría iniciado la fabricación de artesanía a mediados de 1930, y para 1945 con la llegada de turistas, ya los productos eran conocidos mundialmente. 

 

Deanda da la bienvenida a quien visita su taller—un bodegón—del que penden grandes piezas, y cuelgan espejos, y otros productos. Ahí explica el proceso que lleva cada pieza; el entusiasmo, la parte de sí que deja en cada producto, y si hay tiempo, cuenta su historia, y es que comenzó en el mundo de la artesanía en 1968—joyería y bisutería de fantasía—10 años después, inició su taller “probó el éxito, la caída, el ascenso otra vez” y las altas y bajas del negocio. Sin embargo, luego de casi 50 años, aún mantiene el taller con cuatro maestros del latón. Su taller está ubicado en Volanteros 1A. 

Ruth Cortés

Reina de la plata, y de la alpaca

Ruth Cortés no recuerda—o no quiere decirlo—el nombre del extranjero con quien comenzó a trabajar a los 20 años. Ella recibía la plata, la pesaba, la distribuía, y revisaba que los artesanos a su cargo entregaran la producción. La ilegalidad cayó sobre su empleador, quien tuvo que abandonar el país. La herramienta, por azares del destino más tarde llegó a ella a través de los nuevos dueños que, la contrataron para que siguiera produciendo conchas para cinturones, y joyería de plata.

 

Luego de tres años—hace 36 años—Ruth adquirió la herramienta, y con el conocimiento que previamente comenzó a hacer sus creaciones, al inicio fue con plata, pero ahora apuesta por la alpaca—y la plata solo por pedido.

 

En su taller—Colegio Militar 26 A, colonia Guadalupe—emplea a 10 hombres, que logran hacer realidad piezas que van desde una libélula, hasta un simple brazalete. Ahí, en su taller, hay: piñatas, ceniceros, cubiertos, nichos, coronas, ensaladeras, servilleteros; urnas, para cenizas humanas (o de mascotas) cuernos de buey decorados, corazones, espejos, cruces.

 

Claro que con la contingencia, cerraron el taller dos semanas, luego reabrieron; pero ya no fue lo mismo, porque el material para producción (metal) es más complicado de adquirir, el tiempo de entrega es mayor, y ello retrasa el trabajo. Aun así, sus obras están principalmente en Estados Unidos.

Martín Luna

Entre madera, hilo, y lana
Algunos cuentan únicamente con 12 talleres en los que se trabaja la lana, pero artesanos como Martín Luna conoce que ya solo hay cuatro, y en estos, los trabajadores se van con el mejor postor.

Los productos elaborados con lana—tapetes, colchas, fundas para almohada, gabanes—se produjeron desde el siglo XVIII en grandes cantidades en la ciudad, luego los telares fueron desapareciendo, aunque son fácil de hacer; eso dice el artesano Luna, que desde los 20 años comenzó a trabajar y ahora cuenta con cuatro telares en casa, uno ha de tener siete metros de largo.

 

“Trabajé dos años en La Madeja, tiñendo y preparando la tela. Un día, los tejedores se fueron a ver un partido de fútbol, el patrón los descansó, y al siguiente día ya no volvieron. En mis ratos libres yo me subía a los telares, ya sabía tejer; él tenía un pedido grande, así que sacamos el trabajo”. Años después decidió independizarse, pero sí—entre risas—indica que no sabía ni cobrar, ni administrar “no perdí, no gané, pero aprendí”.

 

Ahora, es uno de los pocos trabajadores de telares en la ciudad. En la sala de exhibición de Martín, se puede ver todos los productos que hace: colchas, gabanes, fundas para almohada, tapetes, y otros productos; además no duda en subirse a un telar, y explicar el proceso de tejido que, requiere de una buena capacidad motora, espacial y visual. Su taller está en colonia Mexiquito.

 

Papel Maché 2.0
“Valentine”—recuerda el artesano Pedro Hernández—era una francesa que tenía un taller de papel maché y enseñaba a las personas a trabajarlo. Era la época de los globeros, de los payasos que, ya no son comerciales. Él llegó de Michoacán a San Miguel en 1982, hacía frutas y verduras, con un mercado amplio en la ciudad, y en el mundo. Pero luego, la efímera sensación pasó, y tuvo que revolucionar su papel maché.

Ahora, luego de la escultura, vaciado, empapelado, pegado, blanqueado y pintado, hace lo mismo una escaramuza que un charro; un esqueleto que una esfera de navidad. Sus creaciones van desde sirenas amorfas, cráneos gigantes, máscaras dignas de la muerte; gallos, gallinas, esferas, sonajas, muñecas de corpus, además de piezas que pertenecen ya a galerías.
Su hija Quetzal está integrándose al taller familiar (que, ha llevado sus productos a ferias nacionales que los han posicionado en Alemania, Japón, Sudamérica, Estados Unidos, y México) sin embargo lamenta que más del poco reconocimiento de la artesanía, creatividad, y trabajo de los artesanos sea despreciado por los propios nacionales.

En el taller de Pedro, se explica todo el proceso que sigue una pieza, aunque eso sí, si tiene una idea, no la dibuja, simplemente la moldea, y la hace posible, por eso puede que no se vean bosquejos en el espacio.

Quetzal, Guadalupe, Pedro Hernández