Fotos Agustín González
La reserva natural Charco del Ingenio, fue entregada a los sanmiguelenses—a través de rituales precolombinos—hace treinta años. haya sido devuelto a los originales (y la población general) con: alabanzas, súchiles, y bailes.
La fiesta es grande, para todos los que quieran ir. Hay la velación, pero también una peregrinación que pasa por cada oráculo a los largo de la reserva; hay bendiciones, rituales; pero también guapango, mojigangas, y danzas. Así ha sido la celebración en Landeta.
Este año, sin embargo, la velación se realizó por la mayordomía del Valle del Maíz. Se colocó el súchil (ofrenda) en la Plaza de los Cuatro Vientos, los bastones en la Santa Cruz; se realizó la procesión; aunque no la alborada, ni la fiesta para todos. El festejo fue sobrio, y es que aunque el espacio es natural, y abierto, los grupos permitidos ante la contingencia, es reducido. El grupo más grande permitido (siempre que sean familia) es de cinco personas.
Lo que no debe olvidarse
Durante la colonia, la cañada del Charco del Ingenio, era un área repleta de manantiales, que, luego y debido a la perforación de pozos, se fueron secando y únicamente quedó un pequeño manantial con agua los doce meses del año, de ahí el nombre de la zona. Además porque en la época, a todo aprovechamiento de agua se le llamaba ingenio; y en este lugar, el líquido se aprovechó para construir un batán—batidor—que usaba la fuerza de la corriente del “ingenio” para golpear la lana y lavarla.
Información del presidente de la AC responsable del Charco, César Arias, indica que San Miguel está construido sobre siete cañadas: La Lejona, El Parque, Valle del Maíz, el Mercado, Atascadero, la que está cercana al CBtis, y la del Charco del Ingenio. En 1989, un grupo de ciudadanos, entre los que se incluye el propio Arias, Bob Hass y Mario Mendoza, entre otros; tuvieron la iniciativa de proteger esta belleza natural que no había sido alcanzado por el desarrollo urbano que se encontraba creciendo desordenadamente. A través de organizaciones civiles y de la iniciativa privada, lograron recaudar el dinero suficiente para poder comprar “los primeros girones” que ahora conforman las 66 hectáreas. “El objetivo era conservar este sitio que guarda un tesoro natural, histórico y paisajístico” dije Arias, además de que la zona era usada como agostadero y estaba devastado.
Una vez que lograron comprar las 66 hectáreas, la asociación civil comenzó a hacer terrazas para evitar la erosión del suelo, después comenzaron a plantar fauna nativa, además inició la colección de cactáceas, y suculentas; y la fauna se recuperó por sí sola en el territorio.
El 11 de junio de 1991, no únicamente se produjo un eclipse total de sol que duró unos minutos, también fue la fecha y la hora en la que con una ceremonia autóctona se daba inicio a una nueva era en la zona alta de la ciudad; pues fue la fecha que los miembros del Charco eligieron para abrir el espacio al público general. Se invitó a los capitanes de danza de diferentes comunidades, realizaron una ceremonia en la que se invocó a los ancestros a los cuatro puntos cardinales, y se fundó una cruz de conquista.
La Santa Cruz, que es celebrada cada 11 de julio en el Charco, fue fundada en la Plaza de los Cuatro Vientos de la zona protegida, en donde, debido a que no había notario—para seguir la costumbre mesoamericana—el hecho del eclipse, en el que la luna cubrió al sol, está grabado sobre piedra. Fue una conquista para los indígenas, dijo Arias, quienes fueron despojados de esta zona durante la conquista para construir el área industrial de la época, y ahora se les entregaba de vuelta.