Cuando lo orgánico no era tan “cool”

Cuando lo orgánico no era tan “cool”

“Encostalar” el suelo. Borrar y continuar. Es el reto que Azucena Cárdenas y Rossana Álvarez enfrentaron en 2013, cuando debían “empacar su cosas, y comenzar casi de cero en el terreno, en el clima real, en el de temporal, el campo de los agricultores, en el semidesierto”. Ello ocurrió cuando lo orgánico apenas comenzaba a ser tomado en cuenta; cuando los mexicanos—por lo menos los de San Miguel—comenzaban a copiar el modelo (del país norteño) de comida saludable. 

 

Montaña rusa

 

En 2009 ya existían lugares orgánicos en la ciudad, aunque eran privados y preservaban el conocimiento para sí. Luego en un evento fortuito, activistas amantes de la espiritualidad, naturaleza, comercio local justo, y comida tradicional de la zona se encontraron: Rose Welch, Ronney Cummings (Fundadores de OCA—Organización de Consumidores Orgánicos; Rosana Álvarez y Roger Jones. 

 

“Hablando de las intenciones para establecer un punto de encuentro entre campesinos productores, comerciantes y consumidores; en cómo acortar las distancias, y ser el eslabón entre éstos, surgió entonces un restaurante y tienda en colonia Guadalupe. Reconocido y seguido inicialmente por extranjeros, y luego—previo al cierre—igual número de mexicanos y extranjeros acudía. 

 

Pero con la experiencia e influencia que durante los últimos 15 años había tenido la OCA, entonces paralelo Vía Orgánica inició en Nirvana el proyecto educativo, que desde entonces se ha encargado de capacitar a miles de locales y visitantes sobre cómo producir alimentos en huertos de traspatio, verduras, hortalizas, árboles frutales. El proyecto en su complejidad, “nos pareció interesante porque los temas que tocaban nos recordaban los tiempos de los abuelos, cuando no había supermercados, ni influencia trasnacional y transgénica; cuando se comía lo que se producía, la comida de campo, de temporal y sin pesticidas” compartió Álvarez—presidente de Vía Orgánica. 

 

Y parecía que todo iba en orden porque se educaba a los jóvenes y a los adultos en temas de agricultura; y se compraban, comerciaban, productos en el restaurante. Pero no era solo eso, se comenzó a generar la primera base de productores orgánicos de la zona, se impulsó el primer tianguis orgánico, y se generó desde entonces vínculos directos del productor al consumidor. 

 

Llegó en 2012 la primera mujer presidente a San Miguel—Lucy Núñez—y convencida del proyecto de Vía, les permitió trabajar en el Vivero Municipal. Pero de estar en un lugar con todas las condiciones agroecológicas (Nirvana) llegaron a un espacio que había estado rezagado al almacén de materiales y desechos del municipio. Aun así el suelo se restauró, las clases y talleres continuaron, y además se trabajó con mujeres para que conocieran la manera de producir alimentos en sus traspatios. “Al cerrar los cursos, comíamos en una convivencia los vegetales que habíamos cultivado luego de las clases prácticas en el vivero”, recordó Azucena. 

Rogelio y Rossana Alvarez

Realidad del campesino

 

Pero… Cuando todavía quedaban esperanzas de continuar trabajando en los terrenos municipales en 2013, la administración entrante pidió que desalojaran el espacio; éste sería ocupado para crecer plantas de ornato para las glorietas. “Tuvimos que movernos en menos de 30 días. Ya habíamos restaurado el suelo. No sabíamos a dónde iríamos. Nos movimos a la comunidad del Membrillo donde adquirimos el espacio donde ahora está la primera parte del huerto con la casa sombra, restaurante, tienda. Diseñamos el lugar. Trabajamos de manera manual. 

 

Veníamos de un área restaurada a un espacio, que era una comunidad rural con las condiciones reales de una zona semiárida en el Valle de Jalpa. Con paisaje natural, trabajo de campo de muchos productores. Échale, en las condiciones de un productor. Acá solo había agua cuando llovía. Se ponía cada vez más difícil. Comenzamos el espacio educativo. Se construyó con adobe ecológico. Iniciamos la cosecha de agua de lluvia en cisternas subterráneas—para mantenimiento y producción de alimentos” compartió Azucena. 

 

El rancho Vía Orgánica se ha ido desarrollando y expandiendo poco a poco. Hoy, en su plantilla hay 35 personas de la zona (50 por ciento mujeres, y la otra mitad hombres). Han ido diseñando las clases, talleres, y recorridos turísticos acorde a las condiciones, y crecimiento del rancho. 

 

Expansión en contingencia

 

El proyecto presidido por Álvarez se ha visto impactado por la contingencia, pero lejos de ello, este tiempo le ha dado la oportunidad de explorar, y replantear hacia dónde se quieren enfocar. “Los visitantes se redujeron. Teníamos ya un programa establecido de recorridos, de visitas”. Sin embargo, mediante redes ahora más personas en México se han interesado en los métodos y talleres. Además, ahora la organización se está involucrando en la cría de borregos, cabras, y cerdos—y serán alimentados con forraje proveniente del maguey. 

 

Cárdenas compartió que parte del conocimiento compartido por los fundadores es el impacto que los productores tienen ante los cambios climáticos y falta de lluvia. Por ello, Vía Orgánica se ha unido al proyecto Regeneración Internacional “Un billón de agaves”. Este programa consiste en la plantación de magueyes en México, y otras partes del mundo. 

 

El maguey, nos dijo Juan Frías Hernández—ingeniero agrónomo zootecnista—se dedicó los últimos dos años a desarrollar información en el tema de los agaves. 

 

Así, se ha iniciado la plantación de magueyes, pero no para destilados o bebidas alcohólicas, sino para alimentos del ganado. “Una hectárea con dos mil agaves, nos puede dar en condiciones áridas y semiáridas, sin riego ni fertilización, cerca de 1,000 toneladas de forraje al año. Al final de su periodo, en 10 años se puede cosechar la piña para generar jarabe, miel, inulina, o forraje”. Agrega Frías que además de ser el alimento para los animales, y producir carne y leche, el maguey es una de las plantas que más CO2 captura, y más retención de suelo tiene. 

 

“Para producir un kilo de forraje de maíz, sorgo, y otra planta, la inversión es de 1,000 litros de agua, para generar un kilo de forraje de maguey, requerimos 60 litros. Necesitamos producir alimentos con menor impacto al ambiente”, concluyó. 

 

Por otro lado, Rosana Álvarez que se ha encargado de expandir el proyecto hacia comunidades aledañas, pretende que “los terratenientes aprendan del modelo para aplicarlo en sus tierras en el momento de contingencia, es lo que nos queda, que se acerquen a su tierra, que no paren, y que a la larga sea una de las respuestas al cambio climático, a la economía, a respetar la flora y fauna nativa”.