Tu legado será su legado, y una mejora para la educación

Tu legado será su legado, y una mejora para la educación

 

A los 21 años, Víctor Torres empacó sus sueños en una maleta, y partió a Ciudad de México para conseguirlos. Llegó a la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México. Ahora está a punto de publicar—en trabajo coordinado—su primer trabajo de investigación en The Journal of Neuroscience.

 

Está en octavo semestre, y aún le queda tramo por recorrer; sin embargo reconoce que el sueño se ha logrado gracias a una beca que La Biblioteca Pública de San Miguel de Allende A.C le ha provisto los últimos años. Las historias podrían repetirse, como la de Mariana Espinosa Deanda, quien los últimos 25 años ha sido enfermera del ISSTE (Instituto de Seguridad Social para los Trabajadores al Servicio del Estado). 

Sueños Migrantes

 

Ahora, Víctor Torres tiene 25 años, y desde su modesta habitación en Ciudad de México, nos brindó una entrevista. Nació en San Miguel de Allende, su madre abandonó la carrera de medicina al nacer él. Trabajó un tiempo, y luego sus padres decidieron darle una segunda oportunidad, y Víctor debió crecer con sus tías, con solo tres y cuatro años de diferencia entre cada uno. Su mamá logró terminar la Licenciatura en Medicina General. 

 

Por otro lado, Víctor sí confiesa que él no era el estudiante más brillante en la primaria, ni en la secundaria o prepa. Cuando terminó el bachillerato, el promedio no fue el mejor, y sabía que quería estudiar medicina, en la UNAM. Presentó, sin preparación varias veces el examen, hasta que finalmente decidió prepararse, poner dedicación y esfuerzo; así pasó la prueba de admisión para la UNAM, y para el Politécnico Nacional. 

 

“Mi mamá terminó medicina familiar, con la promesa que nos iríamos a vivir juntos. Malas decisiones llevaron a deudas que hasta ahora sigue pagando. Luego tuve un hermano, ya tenía yo 16 años. Mis abuelos siempre me apoyaron—mi abuelo estudió también en la UNAM, pero cuando mi abuela se embarazó, tuvo que dejar la carrera. Cuando terminé la prepa no sabía qué hacer, no teníamos dinero, mi mamá se independizó, nos fuimos de la casa de los abuelos. Con lo que ganaba, debían pagarse las deudas, la renta, lo que sobraba era para comer. Fue difícil, en ocasiones ni alimentos había” compartió el estudiante Torres. 

Su abuelo es chofer del servicio público, en ocasiones trabajaba con él, y entonces lo motivó para que estudiara; al final de un examen de 120 reactivos consiguió 117 aciertos, y también podría entrar al politécnico, se decidió por la UNAM. 

 

“Antes de entrar, la primera preocupación era la económica. Mi abuelo me dijo ´vete, yo veré cómo le hacemos´. Era complicado irme a estudiar. Las rentas son carísimas para estudiantes. Si querías algo cerca de la facultad, la cantidad no bajaba de 3,500. Ahora encontré una habitación, aunque está más alejada de la universidad. El primer año tuve el apoyo de mi mamá y de mi abuelo. Para el segundo me preocupaba qué iba a hacer. La situación económica se complicó aún más en casa de mis abuelos, de donde venía el mayor apoyo”. Pero un día, encontró la convocatoria para becas de la Biblioteca, y aplicó. “Afortunadamente me dieron la beca” dijo Torres.

 

El cambio en su dedicación a la escuela se notó, comparte, y es que ya no tenía que ir a la casa a cocinar todos los días, y regresar a la escuela, ahora podía comer algo cerca “lo primero lo destiné para alimentos, compré dos libros (un atlas de Anatomía, y otro de Fisiología)”. Víctor sí aclara que en la escuela hay muchos libros, pero también muchos estudiantes, así que algunos es difícil tenerlos disponibles, entonces los compró. 

 

“Con la beca, lo primero que hice fue solventar comidas, fue maravilloso, me pude meter a clase de francés”, anotó. Ya luego consiguió una computadora, entonces ya no debía quedarse hasta tarde en la Biblioteca de la escuela. Ello compartido con el tiempo que debía dedicar a la investigación en laboratorio, que está a punto de publicar, El papel de la amígdala cerebral en el condicionamiento aversivo a los sabores; dentro del programa en que se encuentra, Neurobiología de la Conducta. 

 

Previo a que iniciara la pandemia, Víctor también ya estaba en prácticas en el Hospital General de México que, luego se volvió Covid y enviaron a los estudiantes a casa. Además de investigar en el laboratorio, estudiar, estar en el hospital; dentro de la UNAM es parte de la Asociación Americana de Cirugía Neurológica—en su capítulo UNAM—y de la Liga Estudiantil Médica Puma; también es oficial local de la Asociación Mexicana de Médicos en Formación “en ésta, ahora soy oficial local de intercambios en investigación—recibimos estudiantes de otros países y enviamos a compañeros nuestros a otros países, aunque ahora está cerrado el programa por la contingencia”, expresó. 

 

Volver a San Miguel

 

Los planes de Torres aún deben recorrer camino, quiere continuar con investigación, estudiar un doctorado en Ciencias Biomédicas. Víctor Torres reflexiona sobre el pasado y asegura que le encantaría volver a San Miguel. “Salí como inexperto para la vida, con mucho miedo de cometer errores, de desertar. Tenía mucho miedo de reprobar, no es complicado. Reprobar sería fallarle a mi familia y a mí. Migré con la ilusión de mi familia (a ver si la arma), ahora mi familia me visualiza como un orgullo, me presumen en todas partes. Quiero regresar a ayudar a mi comunidad, siempre me ha encantado la parte social”. Le encantaría trabajar en un programa de nivelación académica para estudiantes ello con la idea que todos, un día, puedan entrar a la UNAM. “Me encantaría dar cursos para nivelar a niños de primaria y preparatoria. La nivelación y el estudio son el pilar si quieres estudiar la universidad. Con un nivel suficiente, podrías llegar hasta la UNAM, la élite de las universidades públicas. Que haya la capacidad y conocimientos para entrar por examen de admisión. Es una propuesta que tengo para la Biblioteca”, concluyó. 

Sacrificio, y aprendizaje

 

Mariana Espinosa (enfermera general en el ISSTE) fue la tercera de nueve hermanos. Su familia tenía una casa en Volanteros. Cuando sus papás fueron a trabajar a Ciudad de México, allá ella se quedó a cargo de los hermanos. Por un descuido a uno le dio neumonía. Afortunadamente se recuperó. 

 

Su padre era carpintero, y trabajaba con Mon Señor Mercadillo, el cura de la Parroquia. Pero el dinero nunca fue suficiente. Al compartirnos su historia recuerda que desertó de tercero de primaria por los castigos que entonces, los profesores usaban—como hincarlos con ladrillos en cada mano. Luego, se mudaron a la colonia Santa Julia “había seis o siete casas. El agua la traíamos de la Santa Cruz de la San Rafael, ahí había una llave pública. Nuestra casa era de láminas negras. Pero en ocasiones no había ni para alimentarnos. Mi papá comenzó a beber mucho. Una de mis hermanas trabajaba, y una noche al regresar la golpearon, la abusaron, casi perdió la vista de un ojo, entonces regresamos a Volanteros”. 

Mariana y sobrino

“Juanita me dijo que me pagaba la carrera, fueron unos tres o seis meses. Luego si situación económica ya no fue buena, y me ayudó para conseguir una beca de La Biblioteca. “Estuve en la Escuela de Enfermería y Obstetricia, simultánea al Bachillerato, con aval de la Universidad de Guanajuato” en Celaya. 

 

Ir a estudiar, comenta, nunca fue sencillo. “Me iba a las 4:20am, tenía que caminar a la Central, pasaba hambre, el dinero nunca es suficiente, además me topé con varias situaciones. Tomábamos el camión en el Crucero (junto a La Comer). En una ocasión me siguió una persona con una navaja, pero era el riesgo que había que correr”. 

 

Su servicio social lo dio en Apaseo (aunque por calificación le correspondía Celaya), pero en Apaseo le ofrecieron hospedaje, y alimentos. “El servicio social es pesado para los estudiantes. No había personal que cubriera, a veces cubríamos tres turnos. Teníamos el compromiso de entregar trabajo para liberación a la Secretaría de Salud, y nos fijan desde informes narrativos y cuantitativos. Estábamos preparándonos y ello, nos sirvió para titularnos, igual íbamos a asesorías, capacitación de personas que le enseñábamos todo, teníamos ese compromiso, no había forma de trabajar. Al final unos médicos me ofrecieron si trabajaba con ellos los fines de semana. Ellos tuvieron gemelos, hasta entonces tuve un ingreso”. 

 

Continuó Espinosa Deanda “ingresé al ISSTE en 1991. Soy la enfermera. El año pasado recategoricé. Estaba como auxiliar, finalmente el año inicié el trámite y ahora soy enfermera general”. 

 

Mariana Deanda es divorciada, no tiene hijos, aunque ha visto crecer a hermanos y sobrinos, cree que Dios la vio con ojos de misericordia, al darle la oportunidad de servir en la medicina.

 

Cuando terminó la carrera, le diagnosticaron cáncer de páncreas, “estuve a punto de lanzarme del puente del hospital T1 del IMSS en León, pero recordé como mis papás rezaban cuando enfermó mi hermano de neumonía, no creí que lanzarme fuera mi lugar, recapacité. Ahora creo que Dios me puso en este oficio para ayudar a muchas personas que como yo, necesitan palabras de aliento ante una enfermedad. El cáncer, después de una cirugía, desapareció. 

 

Cuando vives limitaciones es cuando valoras las cosas. Saltas los obstáculos. Soy lo que soy ahora, porque afortunadamente tuve ángeles alrededor. Para seguir”, concluyó.