Nuestra Puntualidad

Nuestra Puntualidad

Por Fernando Helguera

 

La vez pasada que visité a mi madre me contó que cuando era niño, entrando la pubertad, un día con cara de confusión le pregunté “Oye ma ¿Existe la puntualidad?” … Para ella, que suele tener respuestas verosímiles y convincentes, fue un golpe bajo. No tenía nada qué contestar y, al parecer, hoy en día sigue conflictuada por la ausencia de respuesta.

 

Con afán de ayudar a mi santa madre, que tanto ha aguantado de mi hermana y de mí, ahora me aventuro a encontrar el quid a esta cuestión. No es necesario decir que esta pregunta, hecha en un país como Inglaterra o Alemania, podría ser como preguntarle a alguien si de casualidad es un ser humano. La respuesta en su obviedad no ignorada, ni por un momento, podría ocasionar una agresión directa, verbal y/o física, hacia nosotros. Es un cuestionamiento de orden absolutamente local. Sólo en un país como México alguien se preguntaría tal cosa.

 

Aquí tenemos la costumbre, cuando hacemos un evento social, de invitar a la gente cuando menos media hora antes de necesitar su presencia. Está claro: si bien hay quien tiene gusto por tender camas, lavar platos o regar el jardín, a nadie le gusta llegar a barrer. ¿Podrían los fabricantes de escobas implementar diseños vanguardistas que ayuden al tema de la puntualidad nacional? Parece que están perdiéndose una gran oportunidad comercial, pero no lo puedo asegurar.

 

Otra extendida usanza es la de no llegar a una cita; plantar a la gente puede deberse a nuestro ancestral amor por la flora. Las culturas prehispánicas vivían en estrecha relación con la naturaleza. Además, avisar que no llegaremos por medio de un contaminante teléfono celular, es una ofensa y falta de respeto a Tonantzin, la Madre Tierra. Por otro lado, ni pensar en recibir las palabrotas y malas vibraciones de la persona que nos esperaba.

 

En ocasiones me ha tocado escuchar gente que dice al teléfono algo como “ya estoy llegando, en cinco minutos te veo ahí en la esquina del Ángel”, pero esa persona está junto a mí en San Jerónimo. Me queda claro que posee una tecnología para mí desconocida, que le permite teletransportarse a placer. Imagino que le llevará unos cuatro minutos y medio calentar los motores de su artefacto; si no llega es porque hay fallas técnicas que no dependen de ella.

 

Ahora, todo lo anterior se basa en especulaciones; hablemos de datos crudos como la ocupación del parque vehicular en las ciudades, aproximadamente del 50% del espacio útil de las calles, o del 20% de cantidad autos con respecto al número de habitantes. Se dice fácil, pero relacionar estas dos constantes con variables tales como las manifestaciones, los vendedores ambulantes, los topes y baches, los automovilistas que les agarró el rojo a media calle, los curiosos que detienen el auto para ver al atropellado en los carriles del otro lado del camellón, los disléxicos que dan vuelta (prohibida) a la izquierda con la direccional apuntando a la derecha (en caso de usar direccional), los que disfrutan estacionarse en doble fila, etc., nos resulta un algoritmo que ningún ordenador del mundo puede calcular. Si llegamos tarde es por razones científicas y comprobables.

 

Para rematar, es ofensivo que los extranjeros, que son tan bien recibidos por nuestros delincuentes, vengadores de Moctezuma (dispuestos a ofrecerles toda nuestra fauna para ser engullida), autoridades migratorias, elementos de seguridad púbica, y por los ciudadanos comunes, se quejen de no entender cuánto tiempo cabe entre el índice y el pulgar cuando les pedimos esperar “un momentito”. Además de malagradecidos, ignorantes. El que vivan en un país donde no existe la riqueza cultural, los eventos sorprendentes, las máquinas teletransportadoras, el amor por las plantas, la aversión por barrer, o la dimensión temporal que tenemos los mexicanos entre nuestros dedos, no justifica su intolerancia. ¿Acaso no llegamos justo a tiempo para no perdernos la final de fútbol? La puntualidad mexicana sí existe, y existe como no hay otra igual.